Mientras no lo vivas (Aunque el virus no te toque)
La pandemia que hoy acecha al mundo definitivamente paralizó la vida de todos, transformando en varios aspectos nuestra forma de vivir, atemorizando más que nunca a la ciudadanía, pero actualmente nos preguntamos: ¿fue suficiente ese temor para que la gente comprenda la responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros sobre nuestra salud?
Inicialmente la población entendió hasta cierto punto las medidas restrictivas que debíamos tener para disminuir las consecuencias de este virus, pero conforme avanzaron los días y con la reactivación social y económica que ocurrió en nuestro país, también se fue reactivando la cotidianidad en nuestras vidas, pero no con la seriedad que amerita la situación.
Para muchas familias ecuatorianas fueron calvarios eternos vivir de cerca esta enfermedad, días terribles de hospitalización, jornadas agobiantes en una unidad de terapia intensiva, y para muchos, tristeza extrema ante la pérdida irreparable de sus seres queridos, sin esperanza alguna de poder ver por última vez su cuerpo, simplemente recibir de forma fría la entrega de una caja con cenizas en el mejor de los casos, o una caja embalada de plástico para enterrar.
Estas familias quizás sean las más conscientes o sensibilizadas sobre lo que puede ocasionar esta enfermedad, pero el resto de población que han corrido con la suerte de no contagiarse, y que aún no han sufrido los estragos ni sentido pérdidas humanas, son seguramente un gran porcentaje de los protagonistas del desorden público y la irresponsabilidad que observamos a diario en las calles. Mientras no vivamos de cerca la fatalidad de esta situación, quizás estemos pasando a otro plano de menor importancia la presencia aún latente del virus.
Me gustaría que muchos tengan la oportunidad o quizás la casualidad de pasar cerca de los exteriores de un hospital, y palpar la tristeza y el desconsuelo de decenas de familiares que lloran por la recuperación de sus pacientes, ver a gente orando en las aceras, sentadas en las calles desconsoladas y desconcertadas, abrazándose más que nunca para encontrar al menos un momento de esperanza. Esa es la realidad de estas familias; si por lo menos un minuto sintieran de cerca este dolor, creo que nuestra visión de la realidad actual cambiaría y tomaríamos mucha más conciencia de nuestros actos.
Los seres humanos nos adaptamos con facilidad a los cambios, pero desafortunadamente también nos relajamos con rapidez disminuyendo así la relevancia de los efectos que una pandemia como ésta puedan causar en nuestras vidas. No es tiempo de bajar la guardia, es tiempo de continuar la vida pero con las mismas medidas y cuidados que requiere la prevención de esta patología.
No esperemos a que nos toque vivir esta situación, no esperemos llorar la pérdida de nuestros familiares, no generemos vacíos innecesarios en nuestras vidas cuando podemos responsablemente combatir esta enfermedad. Todo está nuestras manos.
Pedro José Vera Cárdenas